miércoles, 4 de enero de 2012

EL TIEMPO Y EL AMOR

Quiso el Tiempo estar en el mundo desde el principio. Deseaba controlar a los hombres, dominarlos por completo. Buscó a los más fríos, distantes y engreídos. Les hizo saber que es mejor medir las horas para dominar a los demás. Fueron los fuertes patriarcas de las comunidades, los que pensaron que el Sol sería una buena medida de domino y obligó a los débiles a someterse a sus designios desde que saliera el Sol hasta que quisiera ocultarse por el Horizonte. Como la ambición es el alimento de los poderosos, pensaron que la noche también sería buena para conseguir sacar provecho del trabajo ajeno. El Tiempo se vanagloriaba de lo que había conseguido.
Ya estaba presente casi todas las horas del día. Los hombres inventaron el reloj de agua, la clepsidra, para poder regular en espacios periódicos el esfuerzo de los demás. Luego el reloj de arena, las velas, las campanas hasta que finalmente se construyó el deseado reloj que marcaba todas las horas del día. El Tiempo dominó la pereza, porque le obligaba a que actuara, dominó al odio, porque la gente, con gran ira, maldecía a aquel que le marcaba un ritmo diario pero se sometía con resignación, dominó el estrés y lo sometió a sus ordenes como fiel soldado, dominó a los fuertes porque todos estaban encarrilados en sendas de trabajo marcadas por un ritmo constante y hasta dominó las costumbres naturales, porque el desayuno, la comida y la cena, se arrodillaron a la voluntad de un tiempo que se impuso al instinto natural. Todo parecía que estaba bajo el poder del Tiempo, nada se libraba de sus garras. Incluso, cuando alguien parecía protestar del trabajo que ejercía, el tiempo, reducía su marcha y el trabajo se hacía más pesado, parecía que no avanzaba; por el contrario, cuando alguien disfrutaba, el Tiempo se enfurecía de tal forma que pasaba rápido para que la experiencia durara poco. Pero hubo un sentimiento que quiso abrir una guerra contra el Tiempo, el Amor. No estaba dispuesto a someterse de forma indigna a su voluntad. Cuando las personas se dejaban impregnar por la dulzura del amor, el Tiempo parecía que adquiría otra melodía. Era un ritmo ligero, paciente, mutuo. El Tiempo se enfurecía y trataba de influir en uno de los enamorados para exigirle al otro rigor, disciplina. Pero el Amor no dejaba entrar ese escuadrón del Tiempo que viene liderado por el odio, por el estrés. El Amor lo aguantaba todo, lo defendía todo. En el Amor, el Tiempo pasaba al ritmo que los enamorados imponían, no tenían dueño. El Tiempo, muy enfadado, trato de regular los momentos de caricias, de entregas, de pasiones. Durante mucho tiempo las condenas más duras y las ordenes más estrictas trataron de exigir un orden en el Amor, pero nada se pudo hacer. Resignado y desde entonces, el Amor queda fuera de los márgenes del Tiempo, el ritmo lo marca la melodía del enamorado.
                                                                                                     Por Javier Bailén

LA VANIDAD Y LA SOLEDAD

Quiso la Vanidad reunir a todos los sentimientos del mundo. La Sospecha pensó que quería manipular la reunión para sacar algún beneficio propio. La Confianza estaba dispuesta a dar una segunda oportunidad a la Vanidad y fue acompañada de su amiga la Esperanza que deseaba ardientemente que la Vanidad hiciera las paces con el grupo de amigos. A la Pereza no le apetecía nada ir a escuchar a la Vanidad, pensaba que iba a decir lo mismo de siempre y prefirió quedarse acostada en la cama pensado en cual era la mejor forma de no hacer nada, pero la Intriga fue a buscarla, la cogió de la mano y la llevó a la reunión. La Envidia, en cuanto se enteró que la Vanidad iba a convocar a todo el mundo , y que incluso iba a estar presente el Amor- con todo lo que había sufrido por ella-, pensó una estrategia para ser la protagonista, estaba convencida que era más importante que la Vanidad. La Humillación, quiso estar presente porque intuía que aquello iba a ser una desastre, una vez más, y sería un buen momento para reírse de la Vanidad. El Respeto fue a buscar a la Lealtad y juntos no quisieron perderse un acontecimiento que repercutía a miembros de su misma especie. Por último fue también la Soledad porque creyó que sería una buena ocasión para estar con alguien.
Llegó la hora concertada y el grupo se dispuso frente a la puerta de la casa de la Vanidad. Era una casa que estaba apartada porque nadie quiso vivir a su lado. Todos estaban ansiosos de saber qué era aquello tan importante que tenía que decirles. Por una esquina, se pudo ver a la Humildad que, sin avisar de su llegada, se quedó en la última fila de los presentes. Finalmente apareció, subió a una silla y se dispuso a hablar.
La Vanidad pidió a los presentes que le facilitaran la incorporación a la comunidad de casas en las que vivían todos. No quería vivir apartada. Necesitaba de los demás. Quería estar más atenta a las demás, quería enseñar las experiencias que había aprendido, quería prestar la ayuda a aquellos que la necesitaran, quería orientar a los que se sentían desubicados, quería organizar mejor la comunidad en la que vivían, ella quería liderar los cambios. Todos estaban ilusionados porque pensaban que, realmente, había cambiado, pero cual fue la sorpresa, cuando al finalizar la lista de buenos propósitos, dijo – Y os digo todo esto porque sin mi no lo podéis hacer, me necesitáis.
Los sentimientos empezaron a marcharse, sólo uno se quedó con la Vanidad. Fue la Soledad. La Vanidad pensó que al menos, alguien la escucharía y así, la Soledad, decidió quedarse para siempre con la Vanidad.
(Los vanidosos siempre acaban acompañados por la Soledad)
                                                                     Por Javier Bailén